El inmenso salón se inunda

El inmenso salón se inunda,
lo habitan las risas y las flores
y las luces y vestidos y zapatos finos
y diplomas, reverencias y elegantes cantos,
elegantes formas y costumbres antiquísimas
—como las paredes, sus murales, los asientos,
la tribuna y el viejo piano silencioso,
la lámpara de bronce, las puertas enormes
y las ventanas que se tragan toda la luz.

Se inunda el salón donde todos están,
todos ansiosos en la última velada,
el adiós solemne, el final del principio,
la oda de los nombres, la fiesta de los títulos
de los que se van,
de quienes llegaron para esta fiesta,
para llegar ansiosos
e inundar el salón

—solitario después:
en la última velada verdadera,
el adiós profano,
el principio del fin,
la maldición, la juerga de las maldiciones
colgadas de los nombres:

el salón se inunda de miseria
y no lo podemos ver.

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